Cuando escucho Cante Flamenco, muchas veces, con un nudo en la garganta intento exteriorizar el sentimiento que me produce una melodía, una frase, un tono determinado, y me doy cuenta de que me es imposible explicar con palabras dicho sentimiento. Hace un tiempo escuché una seguiriya cuya cadencia me dejó en la más absoluta de las introspecciones que haya sentido nunca. Me transportó a un lugar en el corazón, pero aún así, me era imposible explicar ese arte que embargaba todos mis sentidos. Fue escuchando a La Niña de los Peines; el genio de una voz que deambula por todos los rincones de mi alma, dejándome sorprendida e inmóvil en la inmensidad de la vida. Parecía que, de repente, despertaba de un sueño y me encontraba en medio de una fiesta tardía, con personas que se habían ido ya, con el cansancio de la noche y sus excesos, y no habían podido ser testigos de la última y más maravillosa ofrenda nocturna, aquella que se ofrece sin deseo de maravillar, la que se ofrece cantando porque aquellos cuatro no se quieren ir todavía, bajo el humo condensado de una sala de cante, mientras el café, los cigarrillos y el vino tienen vestigios de haber vivido muchas horas ya.
Aquella voz me sumió en un mundo lleno de misterio: el misterio del alma. Y la canción fue Delante de Mi Mare, donde La Niña de los Peines cantaba con Pepe Pinto lo mejor de su corazón, cuando ya muchos se habían ido a descansar.
Al cabo del tiempo, leí un párrafo en una revista antigua, y ahí pude sentir esas palabras que no podía expresar, y todo el caudal apasionado de sentimientos que no podía transformar en palabras.
Decía así:
Mira hondamente la sala, mira como se mira al vacío cuando se está loco de pena o de amor, cuando se piensa en otra
cosa, en una cosa gravísima que turba el corazón. Son largos los solos de esa guitarra que la acompaña. Ella, llena
de importancia,se deja esperar mucho, mucho, y al fin dice la primera queja de su cantar. Es un alarido primero desgarrado, muy desgarrado, casi sin ritmo, pero al que salva una cadencia profunda con que ella lo ordena y lo armoniza de un modo inimitable. Asi se ve que el grito salvaje, desacertado y sincero, era necesario a la belleza del cantar para darle unas entrañas vivas y conmovedoras.Esto es lo maravilloso, de este flamenco que canta la Niña de los Peines, del verdadero flamenco que es la prosa, el grito desesperado, bronco, cortado, espontáneo, de uns altura inaudita; la salida brusca, la ocurrencia estupenda, convertida en un canto de clavijas apretadas, de medida precisa, de admirable enlace con la música.
Nada más serio que este cante flamenco de La Niña de los Peines y a la vez nada más gracioso cuando ella lo acaba o lo salpica con esos triquitraques de palabras, con esos estribillos arbitrarios y cortados en que se olvida y se burla de su dolor haciéndolo más agudo, en que juega y coquetea con su pena, con su malabarismo admirable de su voz, siempre llena de una sensibilidad sangrienta.
Me será inolvidable como he visto a La Niña de los Peines de litúrgica, de erguida, pestañeando mucho sus ojos, como esas estrellas que titilan nerviosas algunas noches, su boca abierta, negramente abierta y torcida, para dar toda su voz, respirando ávidamente el mucho aire que necesita su cantar. La Niña de los Peines es frente al canto académico el canto libre, que sorprende con matices desconocidos de la voz, con honduras desconocidas del alma ecos misteriosos y combinaciones extrañas de una cadencia áspera a la par que dulce.
CARMEN DE BURGOS («Colombine»)
La Semana, Madrid. 20/05/1916
Pues sí, Carmen de Burgos, gran escritora, feminista a su manera, y mujer increíble, plasmó en su escrito aquello que yo no podía expresar.
*Madre.
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