Desde hace mucho tiempo, llamo a mi padre no papá, o papito, o padre. Yo lo llamo Papoye. Y por qué? Pues no tiene nada que ver con el marino de las espinacas, no 😉 Es que yo era muy impulsiva y cuando quería decirle algo a mi padre me comía las palabras, y en vez de decir Papá, oye esto o lo otro… le decía Papoye! Y él siempre me decía pero cómo me llamas así? Hasta que no le quedó más remedio que aceptarlo y luego yo ya nunca dejé de llamarle así aunque le hablase calmadamente le decía Papoye.
Hoy quiero recordar episodios en mi vida donde mi padre tuvo un lugar de predilección.
De niña, mi padre nos llevaba a mi hermano y a mi al mercado de libros antiguos San Antonio. Un mercado que los domingos que era cuando vendían libros, comics, revistas, mapas, cromos, monedas… se ponía a rebosar. Nosotros nos levantábamos muy temprano para tomar el autobús y estar allí alrededor de las nueve o diez. Ibamos caminando en el sentido de las agujas del reloj, ya que era como un corro muy grande de puestos de venta. Así íbamos dando la vuelta sin darnos cuenta. Al principio era fácil pero a medida que pasaba el rato se iba llenando de gente y al final casi no se podía caminar, y más de una vez nos perdimos de vista con mi padre o con mi hermano hasta que oíamos a mi padre gritar nuestros nombres y nos volvíamos a reunir. Mi padre nos hizo amar los libros antiguos, los tebeos antiguos, las cosas de otras épocas. Yo me llevaba a casa varios tebeos y cuentos para niñas antiguos, mi padre libros y mi hermano cromos y tebeos. Al final había tanto gentío allí que mi padre nos llevaba a un restaurante a comer tapas para calmar el hambre. Y casi siempre me comía unos calamares a la romana que estaban imponentes! Después de comer en aquel lugar atestado de gente, tan típico de un domingo, nos íbamos a casa y llegábamos hacia las tres que es cuando mi madre ya tenía preparada la comida, si no venía con nosotros.
Por cierto, fue leyendo un cómic como el del medio que aprendí por vez primera el significado de la palabra Bellaco. El cómic decía Bellaco! y le pregunté a mi madre lo que significaba. Yo tendría unos nueve años y por alguna razón nunca olvidé la forma en que estaba escrita la palabra: Bellaco! Cosas de criaturas…
Si ahora estuviese en Barcelona y pasease por el Paseo de Gracia, recordaría mucho a mi padre. El Bulevard Rosa era donde me compraba la ropa de verano; yo hacía una lista (que pretensiones) y luego se la presentaba a mi padre. Mi padre se echaba las manos a la cabeza, pero luego me daba exactamente lo que ponía mi lista, claro, al cabo de unas dos semanas pero lo hacía. En aquel tiempo la crisis no había tocado los bolsillos de la manera que lo ha hecho ahora, y comprar en el bulevar era caro pero no imposible. Todavía tengo recuerdos de cosas que me compré allí, sobretodo tejanos, sandalias y sueters. Hasta mi padre creo que hizo un poema sobre el bulevar, en tono de sorna, claro.
Yo es que cuando veo los pastissets, este tipo de pastelillos rellenos de cabello de ángel, tengo que acordarme de mi padre. A él siempre le han gustado y tengo muchos recuerdos de verlo comer un pastisset con un café humeante. Sobretodo si son artesanos, mejor que mejor!
Dos destinos que mi padre nos regaló a mi hermano y a mi fueron unas vacaciones de verano inolvidables: Por un lado Cala Marsal en Mallorca, donde fuimos dos años consecutivos. Mi padre estaba de negocios pero nosotros estábamos de absoluto far niente. Un lugar super tranquilo, donde me pasé un mes y medio explorando calas con mis nuevos amigos, donde nos levantábamos a las once de la mañana y de allí a la playa hasta las tres, luego a comer. Allí mismo, bajo un árbol a hacer la siesta hasta las cuatro o cinco, luego a casa a seguir descansando 🙂 y después una ducha fresca, y una cena estilo buffet, sencilla, cada uno tomaba lo que quería. Y allá a las diez…. a salir! Nos íbamos a bailar, a tomar algo con los amigos, y llegábamos hacia las tres de la mañana o más tarde, lo cual significaba…. dormir hasta las once, y vuelta a empezar. Y así me pasé aquellas vacaciones. Por las noches escuchaba el sonido de una bolera lejana, y las ranas y el mar. Nada más. Al regresar a Barcelona teníamos que pasar una semana en Palma y no podía dormir, los ruidos eran ensordecedores comparados con Cala Marsal en Porto Colom. Pues espera a que lleguemos a Barcelona!
Y cómo no recordar unas vacaciones en Altea, Alicante, donde pasamos cerca de un mes en la vivienda subyacente al convento de las Carmelitas Descalzas en La Olla, frente al mar, un mar que se escuchaba también por las noches, contra las rocas, donde había los restos de una casa que tenía que haber sido muy grande, y que la gente decía que tenía un tunel que llevaba a una pequeña islita frente a la playa? Unas escaleras rotas de mármol daban a entender que aquella casa había sido muy hermosa en su tiempo. Luego supimos que el dueño la perdió en una partida de cartas. Me quedé casi sin palabras, era triste ver el destino final de un lugar tan hermoso convertido en trozos y abandono. La tía de mi padre era monja de clausura y allí fuimos a verla aquel verano de Agosto. Mis primos y yo nos lo pasamos en grande. Mi prima y yo fuimos llamadas a la atención por la tía de mi padre. Nos dijo: Me han dicho que vais por ahí, por la playa con dos piezas de ropa SOLAMENTE! Qué? Respondimos nosotras, pues claro que dos o una si es bañador!
Yo me había carteado con ella desde que tenía nueve años, y siempre me enviaba escapularios en las cartas. Con ella tuve conversaciones muy bonitas, pero mi edad y la de mi hermano y primos era la del pavo, la de las risas, y muchas veces le gastamos bromas para que sonriera un poco más dentro de aquel lugar, que era hermoso, pero tantos años allí… no sé si yo lo hubiera soportado.
Por último, mi padre es un gran contador de leyendas. Tengo muchos recuerdos de las noches de verano cuando mi padre nos contaba las leyendas de Grecia y Roma mientras mirábamos las estrellas en la azotea de casa, comiendo sandía fresca. Al final nos quedábamos dormidos bajo aquel manto celeste, y quien sabe si nuestros sueños nos llevaban a algún lugar idílico, en el Monte Olimpo.
El Cielo puede esperar, la primera vez que mi padre y yo vimos una película juntos. Les Planes, el merendero donde los domingos nos llevaba mi padre con mis abuelos, y donde un pastor alemán era mi mascota, su nombre: Sultán. Y por supuesto, los payasos de la tele: Mi padre se desternillaba de risa con nosotros cuando los veíamos los sábados.
GRACIAS PAPA, POR ESO Y POR DEJAR QUE FUESE YO MISMA SIEMPRE. GRACIAS POR INCULCARME EL AMOR POR SABER MAS, POR HABLARME DE HONESTIDAD Y DE NOBLEZA DE CORAZON.
Gracias por las herencias ficticias que me han hecho reir tanto cuando era una cria.
Desde el otro lado del Atlántico… TE QUIERO, PAPOYE! 😉
Carmen
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