Estar cansado de caminar, ver parajes lejanos y pensar que se quiere llegar, más no es el momento. Una taza de café espera por ella en su triste casa de alquiler, donde el muchacho que ayer regresó ríe una risa triste que los gatos a veces pueden comprender. Ayer estaba sola, decaída, como muerta, mientras en los arrabales de la ciudad el joven tomaba un autobús en dirección hacia ella, hacia la suerte que un día tuvo y que piensa que puede volver.
Nada más entrar, se percata de la situación: Una llave sobre la mesa, el pincel de siempre con sus cuadros a medio pintar. La llama encendida en el hogar… Y sin embargo un llanto llega desde el fondo del apartamento. Es quizás el preludio de una mala sorpresa, piensa él. Así que se adentra en el umbral y, viendo bajar aquella mirada oscura que le acariciaba las tardes de lluvia en el desván, hacía un año escaso, aquellos ojos que traspasaban todo lo que él podía tocar, estaban sumidos en silencio, mientras él sufría por dentro el vertiginoso pensamiento que lo inducía a adelantarse un poco más.
¿Quién llora así?, pregunta, intentado despreocuparse por la sentencia que escuchará. La mira sin reciprocidad, cubierta la cara de ella por el velo del miedo. El camina despacio, observando las paredes, siempre desnudas, siempre lechosas, que le recuerdan a espejos bañados de escarcha…
Cuando llega a la habitación de sus recuerdos se sorprende al ver a un viejo sentado sobre la cama de edredón nuevo, apoyado sobre sus propias manos, escondiendo lágrimas que no sabe de qué sal están hechas, ni a qué pueden saber.
«Pasaba por aquí», le espeta al anciano. No sabe quién es. De repente recuerda los dos cuerpos enrollados entre las sábanas. Y su pecho respira hondo, mientras su corazón se enfurece.
Cartas abiertas del destino. Lluvias efímeras de sed interminable. Cantos al oído de un viajero dormido. Así ha pasado la historia de su amor triste.
Y se va, mientras en vano los ojos de ella se izan e imploran atención. Se ha equivocado, pensaba que podría …. que quizá…. Y baja las escaleras tan rápidamente que parece que vuela, bajando, bajando. Interminables peldaños: la tarde de las rosas; el Domingo de los besos; el momento de las risas, aquellas risas mirando por el balcón. Peldaños, más peldaños. Se van aquellos ojos, se pierden en la bruma, en su amargura, y le recibe la calle como una bofetada, el sol repentino es otra bofetada, el claxon impertinente, los niños pidiendo limosna. Es el destino, se dice, se lo dice cien veces mientras cruza aceras rápidamente, y parques y avenidas hasta llegar tan lejos que ya no sabe cómo regresar.
Y mientras, ella retoma, en sus manos, aquel lienzo. Con el pincel de nuevo en las manos, espera. Y el anciano sigue llorando, mientras ella va escuchando el sonido que intenta pintar.
Imagen: Pastel’s Daughter by Hugh Shurley – © Hugh Shurley/Corbis
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