Se marchó dejándola en una cama deshecha por los sueños, donde cada pliegue significaba un episodio más de juegos de colores y miradas desconocidas, en una noche de luna cercana, más cercana de lo que nunca antes había estado…
Dejó una pequeña vela encendida, por si acaso el alba todavía no la alcanzaba en su despertar. Y lanzó algunas gotas de agua de jazmín sobre su almohada, por entre sus cabellos, para que el sueño la llevase por caminos hermosos en lugar de los que la conducían, cada mañana, a la ciénaga.
Se marchó dejándola al cuidado de un mundo que solo ella visitaba, mientras él se iba, como cada día, a vender carbón.
Los efluvios de jazmín la llevaron por nuevas sendas, donde las aves la rodeaban en su caminar incierto. Ella lanzaba deseos al aire, con la sonrisa de dicha que los sueños le ofrecían. Y mientras, aquellas aves los recogían, lanzándolos muy lejos, hasta que se perdían.
“¿…Y cómo sabré que han llegado a ser escuchados?”, preguntaba ella, mientras poco a poco sus ojos se movían de un lado a otro, comenzando a vislumbrar el camino de la ciénaga que la esperaba.
Y las aves le respondían: “Porque al despertar, seguirás soñando,
hilvanando las nubes,
Alegría”.
Imagen: Niña jugando con palomas en el campo, Dana Tynan
Texto: ©ConMuchoGarbo
Replica a Julie Sopetrán Cancelar la respuesta