Hace unos meses escribí una entrada en este blog sobre mis sentimientos personales a la hora de realizar el árbol genealógico familiar. Lo escribí en El Arbol de la Vida Mía, pero voy a escribir aquí algo que a mí me había sorprendido bastante:
Personalmente creo haber aprendido muchas cosas realizando esta investigación para el árbol genealógico. Entre ellas, aunque no tengo forma de demostrarlo, pero sí sentirlo, creo en la posibilidad de heredar no solamente rasgos físicos y psicológicos, sino que también es muy posible que sin saberlo hayamos heredado recuerdos de nuestros antepasados. Cada uno de ellos era muy consciente de su nombre y apellidos, como lo somos nosotros. Quizás por eso venían a mi mente nombres precisos, nombres de pila de marido y esposa. Todo ello resultaba al final correcto en mis pesquisas. Vivimos en un mundo tan lleno de incógnitas.
Creo que se pueden heredar recuerdos, como también emociones, como el amor a un lugar, el deseo de algo, la añoranza, el miedo hacia algo o alguien… Quizás todo esto forme parte de lo que nosotros llamamos déjà vu, o que algunos asocian con otras vidas pasadas. Vidas pasadas sí lo fueron, pero de nuestros ancestros. Al menos en muchos casos. O al menos eso pienso…
Estas últimas semanas estuve leyendo dos libros muy interesantes. Los dos tratan del mismo tema aunque de forma distinta. El primero que leí fue Pasión India de Javier Moro y el segundo se titula La Nieta de la Maharaní, escrito por Maha Akhtar. Ambos nos cuentan a la vida de Anita Delgado, nacida en Málaga en 1890, bailarina y cantante del histórico Teatro Sala Kursaal (existían varios en diferentes ciudades y países) y en el cual se comprometió con quien sería su esposo, el Maharajá de Kapurthala, Jagatjit Singh Bahadur. En 1906 fue a París donde pasó cerca de dos años recibiendo una educación a la que ella respondió muy positivamente, para casarse luego en 1908 por lo civil y dejar Europa con tan sólo dieciocho años rumbo a lo desconocido. Y desconocido lo era, realmente, pues Anita Delgado Briones no tenía ni idea, a diferencia de su madre, que el Maharajá ya tenía una colección de esposas, no muy grande si se compara con las numerosísimas esposas de otros maharajás del Punjab y otras áreas de la India, pero sí las suficientes para que algunas de ellas no aceptaran la venida de “esa española bailarina que lo engatusó”.
Anita llegó a la India, lugar inhóspito para ella, que nunca había salido de España, embarazada, sin ningún familiar en quien confiar, hasta Kapurthala, donde se casaría en una ceremonia oficial con todo el boato que le correspondía, y se convertiría en la mujer del Maharajá, recibiendo el nombre oficial de Maharaní Prem Kaur.
Esas historias suelen sonar a folletín, resultan increíbles, más teniendo en cuenta el tiempo histórico en que ocurrieron. Estamos hablando de una época, 1906, un Madrid preparando los esponsales del Rey Alfonso XIII, quien para tal celebración invitó a personas ilustres de todo el mundo, incluyendo el Maharajá Jagatjit Singh de Kapurthala, el cual formó parte del séquito de los invitados y paseó junto a todos ellos, acompañando al rey y Victoria Eugenia de Battenberg por las calles de un Madrid inmerso en conflictos históricos, políticos y sociales que tuvieron como germen el Desastre del 98. De hecho, a punto de llegar a Palacio el matrimonio real sufriría un atentado con una bomba escondida en el ramo de flores. Percance que de milagro no les costó la vida, pero sí la de unas once personas, sin contar los numerosos heridos.
Anita y su hermana Victoria, ambas cantantes y bailarinas en el Kursaal con el nombre de Las Camelias se encontraban con la gran cantidad de público en la calle que quería ver pasar el cortejo real. Allí Anita vio al Maharajá, un personaje realmente exótico por su forma de vestir y las joyas que llevaba. Lo más interesante es que él también la miró y por más que parezca inverosímil, allí surgió el flechazo y luego el enamoramiento del Maharahá cuando la vió de nuevo en el Kursaal, hechos todos ellos que cambiarían la vida de Anita para siempre.
Así rezaba un dibujo en la época, para mostrar la opulencia del Maharajá Jagatjit de Kapurthala, quien era un cliente asiduo de las tiendas más exclusivas de París, y quien hizo construir para Anita un palacio a imitación del Palacio de Versalles en una tierra lejana del Punjab.
Recuerdo que la primera vez que escuché sobre esta historia, yo estaba en España, hará unos seis años, en aquel momento estaba inmersa en mi estudio sobre la vida de Mata Hari, mi heroína. Mata Hari habría podido conocer a Anita puesto que Mata Hari estuvo trabajando en el Kursaal, aunque por muy poco tiempo. Aquello me hizo querer saber sobre la historia de Anita Delgado, pero no llegué a leer el libro de Javier Moro en aquel entonces, ni tampoco sabía que habrían más libros sobre su vida.
Para quienes se sientan curiosos sobre la historia de esta mujer, pondré punto y final sobre el tema de la vida de la Maharani, pero os invito a leerlo, ya que guarda muchas anécdotas, detalles y cosas que no me gustaría descubrir aquí, y no escribir spoilers.
Y es que, si el primer libro, Pasión India me ha dejado un sabor a querer saber más, el segundo, La Nieta de la Maharaní, ha sido todo un descubrimiento para mí, porque su autora, Maha Akhtar, ha escrito su libro con un sinfín de emociones propias y ajenas que me ha llegado al corazón.
Por una parte, ella escribe acerca de quien fue su abuela, Anita Delgado, pero además ha escrito sobre su propia vida, sobre sus orígenes, las coincidencias, su pasión por el baile flamenco, su vida solitaria, su personalidad franca, directa y rebelde. Existe un párrafo en su libro que me trae esas añoranzas literarias que tengo con García Márquez. Y es que se nota esa cuna libanesa, como ocurría con la esposa de García Márquez, que tanto influyó en Cien Años de Soledad, tan llena de historias antiguas, de leyendas, de formas tan apasionadas de expresar con el corazón.
En su libro, Maha habla de su infancia, adolescencia, juventud, de cómo sintió durante muchos años la falta de cariño de quien pensaba era su padre; existen frases cortantes, hirientes de alguien que había sido herido, psicológicamente hablando, en su infancia. Ese abandono maternal, lo cierto es que me he sentido muy compenetrada con su historia, porque de niña yo también viví ese abandono. No se trata de abandonos queridos, se trata de abandonos que superan lo que los padres realmente desean. A ella la dejaron en un colegio interna, a mí me dejaron en un convento junto con mi hermano, para que mis padres pudiesen terminar con los trámites e irse de Cuba con nosotros. ¿Se pueden entender las causas de un abandono? ¿Puede un niño o niña comprenderlas? No es posible, porque hay cosas que no pueden comprender hasta que quizás un buen día se habla de ello en una especie de catarsis y, o bien se complican más los rencores, o se salda un problema que nos hizo fuertes y que sin embargo, nos hizo también rebeldes y nos creó una situación defensiva en nuestra adolescencia.
Muchas veces he sentido ese paralelismo con Maha Akhtar: su negación hacia regalar su propia vida a alguien que no lo merece, por muy rico o importante que sea. En su caso, Maha sacó a patadas de su casa a cierto individuo de la corte del Emir de Kuwait. Su valentía, incluso sus palabrotas forman parte de un léxico que yo utilizaba cuando comencé a rebelarme ante el sistema. Pero en el caso de Maha fue todavía peor, pues estamos hablando de familias ancestrales en busca de marido ancestral, de matrimonios forzosos, de matrimonios llegados a la nada, a la negación de una de las personas, o ambas. Este libro me llevó por Beirut, por la India y…. por España. Una España que resultaba tan familiar para Maha, como si hubiese nacido allí, en el corazón de Andalucía.
Maha heredó rasgos del carácter de Anita Delgado: su amor por el baile, que ella lo convirtió en pasión por el baile de la India, el kathak; heredó también una respuesta quizás a muchas de las cosas que vivió Anita Delgado: esa rebeldía bien podría ser la antítesis a la vida en la corte de Kapurthala que Anita debió vivir, complaciendo siempre, reinventándose siempre, mostrando la belleza en todo momento, siendo sumisa hacia hechos de la vida en ese lugar ancestral, como lo es la India. También seguramente heredó rasgos de su padre, Ajit Singh. Maha escribió otros libros, los cuales iré descubriendo poco a poco, alguno más sobre Anita Delgado: La Princesa Perdida, y también Miel y Almendras, Huellas en el Desierto…, este último quizás el próximo que lea, aquí saben todos de mi amor por el desierto y un poco sobre mis viajes al Medio Oriente…
Maha trabajó como relaciones públicas, y también con uno de los más altos exponentes del periodismo en los Estados Unidos en la cadena CBS. Es periodista y actualmente colabora en el New York Times. Sus raíces la han llevado más de una vez a Andalucía, donde ha bailado flamenco y dedicado parte de su vida a su pasión: la danza.
Mujer intrépida, La Nieta de la Maharaní, nos lleva por muchos lugares, desde Beirut hasta la India, desde Sevilla hasta Nueva York. Persona sensible, fuerte y luchadora. Además con un gran sentido del humor, que se adivina muchas veces en las páginas de su libro. Del mismo me quedan dos palabras que desconocía: kathak, la danza que Maha aprendió a bailar, en la India, con muchas reminiscencias del flamenco, y la palabra qawwali, que viene a ser algo así como la saeta que forma parte del cante jondo en flamenco, ambos precursores del arte en baile y en canto que nos llegaría hasta Andalucía.
Sinceramente, me ha encantado leer este libro. No solo por lo que incluye de la vida de Anita Delgado, sino por quien lo escribe, y la vida propia de quien lo escribe, un corazón abierto para los lectores amantes de las historias bien narradas.
Imagen de cabecera:
Palacio de Kapurthala
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